Y de repente me faltó algo,
en el fondo de mi mano había otro fondo,
un subsuelo que conducía a las paginas pardas del sueño
donde escondí todas las preguntas olvidadas.
Exquisitas baldosas,
las que me trajeron hasta aquí,
este rincón apartado del recuerdo,
desde donde ahora miro sin miedo,
mi futuro.
En el fondo detrás del fondo,
las bromas que no ríen,
esas bromas resentidas que no se tomaban nada en broma,
vuelven como heridas indescifrables,
como alegrías inhóspitas que se mezclan con tristezas y otros escombros,
de tal forma que ya no sabes cual es cual.
En una alcoba sin nombre recuerdo
que dejé el recuerdo de mi inocencia,
y la espera,
esa falsa esperanza que el hombre aguarda
como un perro gordo a que le den de comer,
espera,
la respuesta del tiempo que no llega,
prostituida por el miedo,
alimentada por al prudencia que no sabe que es,
al fin y al cabo,
un querer vivir y un no poder,
un ansia racaneando el fondo de un bolsillo roto.
Por sorpresa pero no tanto,
me encontré girando por Santa Fé y Córdoba,
donde Carlitos sigue vendiendo agendas inmemoriales
para desmemoriados,
y yo,
como enamorado de no se qué ni para qué,
aun de tanto en tanto sigo esperando.
Quizás la respuesta me llegue con el rugido
de una motoneta de cartero,
como una sonrisa furtiva,
o saliendo del metro Callao como quien no quiere la cosa.
O quizás, lo más probable, no llegue nunca,
y ésta
solo sea una espera para seguir esperando,
para seguir volviendo,
o tan solo para seguir.
en el fondo de mi mano había otro fondo,
un subsuelo que conducía a las paginas pardas del sueño
donde escondí todas las preguntas olvidadas.
Exquisitas baldosas,
las que me trajeron hasta aquí,
este rincón apartado del recuerdo,
desde donde ahora miro sin miedo,
mi futuro.
En el fondo detrás del fondo,
las bromas que no ríen,
esas bromas resentidas que no se tomaban nada en broma,
vuelven como heridas indescifrables,
como alegrías inhóspitas que se mezclan con tristezas y otros escombros,
de tal forma que ya no sabes cual es cual.
En una alcoba sin nombre recuerdo
que dejé el recuerdo de mi inocencia,
y la espera,
esa falsa esperanza que el hombre aguarda
como un perro gordo a que le den de comer,
espera,
la respuesta del tiempo que no llega,
prostituida por el miedo,
alimentada por al prudencia que no sabe que es,
al fin y al cabo,
un querer vivir y un no poder,
un ansia racaneando el fondo de un bolsillo roto.
Por sorpresa pero no tanto,
me encontré girando por Santa Fé y Córdoba,
donde Carlitos sigue vendiendo agendas inmemoriales
para desmemoriados,
y yo,
como enamorado de no se qué ni para qué,
aun de tanto en tanto sigo esperando.
Quizás la respuesta me llegue con el rugido
de una motoneta de cartero,
como una sonrisa furtiva,
o saliendo del metro Callao como quien no quiere la cosa.
O quizás, lo más probable, no llegue nunca,
y ésta
solo sea una espera para seguir esperando,
para seguir volviendo,
o tan solo para seguir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario